Libro sobre los divorciados católicos, vueltos a casar civilmente, a los que la Iglesia Católica les otorga la consideración de fieles segunda categoría, al negarles la Sagrada Eucaristía.
Primera edición: Marzo de 2012 - Edición en rustica, 262 páginas.
ISBN:
978-84-615-7515-2
Depósito legal: V-698-2012
Primera edición:
marzo 2012
Diseño de cubierta y
contra cubierta: AGT
Fondo de cubierta
basado en un oleo del pintor Emile Jean Horace Vernet, 1789 - 1863
Composición y
maquetación: AGT
Edición en rustica,
262 páginas
"La Sombra de Caifás" no persigue fines comerciales, ni de lucro. Se permite la reproducción parcial, de los textos e información contenidos en ese libro, sin autorización expresa del autor, con las siguientes condiciones: Se citará siempre el origen de los mismos de la siguiente forma: «LA SOMBRA DE CAIFÁS - EL AMOR ARTICULADO», ©Antonio Gil-Terrón, 2012. Los textos reproducidos, en ningún caso podrán superar el contenido de un capítulo completo, y la posible responsabilidad frente a terceros que se pudiese originar, por la utilización de dichos textos, será exclusiva de quien los utilice. Los textos deben de transcribirse íntegros, sin ser sometidos a ningún tipo de modificación, o recorte, que altere su sentido contextual dentro de la obra matriz. Cualquier utilización de la información contenida en el presente libro no debe de ser utilizada para criticar, atacar, o ridiculizar a LA IGLESIA CATÓLICA, conformada por millones de creyentes de buena fe, ajenos a las conductas poco ejemplares de unos pocos. La reproducción parcial de los textos, no se debe de utilizar para ningún fin comercial, o lucrativo. Lo que habéis recibido gratis, debéis darlo gratis [Mateo, 10:8].
Prólogo
No hace mucho, un buen amigo que además de amigo es sacerdote católico, un honesto cura coherente con lo que predica; una de esas personas poco diplomáticas pero que tienen la fuerza y franqueza de un Pedro en su época de apóstol; me contaba la historia de aquel hombre que todos los días –al rezar- le decía a Dios: “¿Cómo permites, Señor, que hayan tanta injusticia y maldad en el Planeta, sin hacer nada por remediarlo? Y un día Dios le respondió: “Sí que hago. Te he puesto a ti en el Mundo, para enmendarlo”.
Pues bien, esa historia es la que trae esta otra. Una historia que nunca quise escribir y que cuando acaben de leerla entenderán por qué no digo el nombre de mi amigo el cura, ya que él con su relato ha provocado el mío y si sus jefecillos terrenales lo leen, puede terminar beatificado, tras acabar sus días ejerciendo como párroco en Pakistán, Sudán o Nigeria».
«La Sombra de Caifás & El Amor Articulado», va dirigido a todos los católicos de buena fe; a los que están y – sobre todo- a los que ya no están; a aquellos que se fueron alejando – paulatinamente- de Dios, al haber identificado al Supremo Hacedor con los que -desde hace siglos- se han otorgado el derecho de ser sus exclusivos representantes en la Tierra, sin haber dado la talla ni por asomo.
Ha sido mi condición de proscrito sacramental, la que me ha empujado inicialmente a esta aventura, y puede que yo pierda hoy la batalla, pero la guerra no acaba esta noche, y en cualquier caso habrá valido la pena, ya que mi fe ha salido fortalecida en el envite, y no gracias a los que se autotitulan los sucesores de los Apóstoles, sino a pesar de ellos.
He elegido la puerta estrecha, el camino difícil, cuando lo cómodo hubiese sido integrarme en el sistema y dejarme llevar por la vara de la autoridad eclesiástica competente; el adocenarme en la frágil fe del carbonero, y no complicarme la vida, pero simplemente esto no va conmigo. Es por ello que he hurgado hasta el final, y al final me he rencontrado con Cristo, sin necesidad de intermediarios, ni de titulados funcionarios de las cosas sacras.
Disculpen a partir de ahora si en el desarrollo se encuentran con partes algo espesas, pero – lo cierto- es que este documento no va solo dirigido a personas sencillas de buena voluntad, sino que también va catapultado contra escribas, fariseos, levitas doctores y demás tropa ofidia, así como para mentes obtusas y espesas, henchidas de vanidad poco justificada, ya que a estos últimos hay que hablarles en su propio lenguaje para que te oigan, no digo para que te escuchen, porque eso –seguramente- sería pedir demasiado. Digámoselo, pues, en la lengua de Virgilio, esgrimiendo para ello las palabras de Pico Della Mirandola, en su “Discurso sobre la dignidad del hombre”:
"Quod ut vobis re ipsa, patres colendissimi, iam palam fiat, ut desiderium vestrum, doctores excelentissimi, quos paratos accintosque expectare pugnam non sine magna voluptate conspicio, mea longius oratio non remoretur, quod foelix faustumque sit quasi citante classico iam conseramus manus"(*).
(*) "Y para que mi discurso no entretenga más vuestro deseo, para que ahora esto lo demuestren los hechos, oh padres venerados, excelentísimos doctores a quienes me acerco, no sin gran placer, ya quienes veo, prontos y preparados en espera de la contienda, con pronto augurio y felicidad, como al sonido de la trompa de guerra, vayamos pues al combate".
La Eucaristía: ¿Premio o medicina?
«Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores». Evangelio de San Marcos 2: 17.
EL AMOR ARTICULADO nace como justa respuesta a la privación, por parte de la IGLESIA CATÓLICA, del Sagrado Sacramento de la Eucaristía a todos aquellos fieles que habiéndose divorciado de su primera pareja, fruto de un matrimonio canónico, han rehecho sus vidas formando una nueva familia, utilizando para ello el matrimonio civil que – paradójicamente - nació inspirado en el tridentino Decreto Tametsi de la Iglesia Católica. Para evitar repeticiones, denominaremos a estas personas – a partir de ahora- como DRNF [que son las iniciales de Divorciados-Rehecho-Nueva-Familia] y lamento si por el camino emprendido para demostrar la artificial base sobre la que la jerarquía eclesiástica ha construido, a lo largo de los siglos, dicho despropósito, hay daños colaterales - que desgraciadamente los va a haber- a pesar de sólo haber tratado, por mi parte, aquellos puntos sobre los que – la Iglesia Católica- construye tanto la indisolubilidad del matrimonio católico, como la privación del Santísimo Sacramento de la Eucaristía a los divorciados que han creído, ingenuamente por lo que se ve, tener derecho en base a la divina misericordia. Misericordia esta, que la propia Iglesia no se cansa de pregonar, como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Almas heridas, que buscan una segunda oportunidad para ser felices, en paz, en esta corta vida, máxime cuando la propia Iglesia nos dice que es la única que podemos vivir, punto este del que también disiento y que trato en profundidad en el libro EL VELO RASGADO.
Durante la exposición de las diferentes premisas y conclusiones que van a ir estructurando los múltiples silogismos planteados, voy a emplear casi continuamente el plural, lo cual no quiere decir que pretenda con ello dar por sentado que todos los lectores de EL AMOR ARTICULADO, compartan mis razonamientos. No, no me refiero a todos los lectores, tan solo a aquéllos que hagan suyos mis protocolos de exposición. Como haberlos “haylos” y así me lo han transmitido algunas de la personas que han podido leer – en primicia- el presente libro, pues ya somos más de dos los que pensamos igual, con lo cual el uso del “plural” queda -moral y gramaticalmente- justificado.
Por otro lado, la alusión a la IGLESIA CATÓLICA va a ser constante en todos los capítulos de EL AMOR ARTICULADO, pero debo puntualizar que cada vez que la nombre no me estaré refiriendo a todos los que son y la conforman, sino a aquéllos que dicen ser la IGLESIA CATÓLICA y que se auto otorgan el derecho de modificar -a su antojo- las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, utilizando de una manera farisaica tanto el Antiguo como el Nuevo testamento, acogiéndose a la literalidad de los textos cuando así les conviene y diciendo que es una metáfora cuando la cosa les viene torcida.
Cada vez que hable de la Iglesia Católica, no me estaré refiriendo a los buenos curas que con sencillez y humildad dan testimonio -a diario- del Evangelio de Cristo; ni me estaré refiriendo a todos los laicos católicos que sustenta y apuntalan a LA IGLESIA CATÓLICA, todos los día, con su esfuerzo físico [voluntariado], espiritual [orando por la Santa Madre Iglesia] y económico [Limosnas, colectas dominicales, colectas especiales como: colecta de la Infancia Misionera, colecta de la Campaña contra el Hambre en el Mundo, colecta de Hispanoamérica, colecta del Seminario, colecta por los Santos Lugares, colecta de Vocaciones Nativas, colecta de las comunicaciones sociales, colecta de la Caridad, colecta del Óbolo de San Pedro, colecta por la Evangelización de los pueblos, colecta de la Iglesia diocesana. Además estipendios “voluntarios” -pero tarifados- para misas de difuntos, para bodas, bautizos y comuniones. Por último, marcando la casilla de la Iglesia Católica en nuestra declaración de impuestos. ¿Me he dejado algo?]
Cada vez que hable de la Iglesia Católica no me estaré refiriendo a los obreros de la fe, sino a sus patronos, a «la autoridad competente», tal y como ellos mismos, engoladamente, se autotitulan en el Código de Derecho Canónico [canon 848, del Código de Derecho Canónico de la IGLESIA CATÓLICA]. Tampoco me estaré refiriendo a los mártires que dan su vida por la FE, sino a todos aquellos que viven – y muy bien- a costa de la fe de su prójimo.
En cualquier caso y como el tema es largo, amén de que me gusta justificar todo lo que afirmo, al final de este libro encontrará, el argumentario pertinente. Esta segunda parte del libro puede poner nervioso a más de uno, pero he considerado necesaria su inclusión, dada la dureza de cerviz de algunas doctas calabazas.
No queriendo prolongar más este – por otro lado necesario- preámbulo, tan sólo me resta añadir y ello para evitar malos entendidos, que me considero una persona de fe y practicante hasta el punto de asistir a la Santa Misa todos los días de la semana. Y digo esto no por presunción farisaica, sino para que nadie me tome el número cambiado y me enclave en lugares en donde nunca he estado, ni he querido estar y prueba de todo ello es que el presente libro nace para reivindicar el derecho a recibir el Sagrado Sacramento de la Eucaristía, por aquellos que más lo necesitan y eso, jamás lo haría un ateo. Por favor, no lo olviden nunca.
La Divina Generosidad
JESUCRISTO, cuando instituye el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, durante La Última Cena, no pide a los apóstoles una confesión previa de pecados y faltas; ni tan siquiera les demanda arrepentimiento, por lo hecho o por lo que van a hacer. Prueba de ello es que todos los asistentes participan en el banquete Eucarístico, incluido Judas Iscariote. Esa es la generosidad de Cristo, su amor, su misericordia.
Tras este acto, punto cardinal del Evangelio, todo un ejército de iluminados, teólogos doctrinales, burócratas de lo sagrado, desmenuzando, empastando, complicando, interpretando, adaptando, desarrollando, articulando, regulando, enmascarando, excomulgando y comerciando, durante siglos y siglos aquello que Cristo hizo sencillo dentro de lo sublime.
1. Los nuevos dioses
EL MATRIMONIO CIVIL MODERNO nace al tibio sol de Trento y mientras la definición de lo que es moral y lo que es inmoral, ha comulgado con la doctrina de la Iglesia, al tener esta un poder que sobrepasaba el puramente espiritual, no ha habido problemas. Pero con el correr de los años y en la lucha por la poltrona fáctica, veremos que mientras en países como Inglaterra se producen cambios cosméticos, al estilo rebelión en la granja , en otros - como España- los reyes, hasta ahora mayordomos tradicionales de la Iglesia, comienzan a meter la cuchara – cada vez más- en la taza vaticana. Al fin y al cabo no hacían más que restaurar el estilo iniciado por Constantino y consagrado por Justiniano. Pasan los siglos y el juego sigue al ritmo que marca el más fuerte. Según la fortaleza del personaje del momento, dominaba la corona imperial, la corona real, o la tiara pontificia, aunque externamente, de cara a la silenciosa galería, estaba el poder enmarañado de tal manera que resultaba difícil distinguir en dónde comenzaba uno y terminaba el otro.
Las broncas eran a puerta cerrada y la ropa sucia se lavaba dentro, aunque su hediondez llegara, a veces, a las fosas nasales de los irreverentes cronistas de las miserias humanas. Hasta ese momento había habido una entente cordiale, entre puñaladas traperas y envenenamientos, dentro del poder establecido. Sin embargo, los chillidos comienzan en el momento en que – con el enciclopedismo- la laicidad de los estados se convierte en una pandemia incontrolada que acongoja a quien hasta ese instante lo había controlado todo. Ahora, los diferentes países entran en una adolescencia, no exenta de acné, que comienza a tensionar las hipótesis preestablecidas como inamovibles.
Pasan los años y llega un momento en el que – fruto de la histórica ausencia de libertad- el poder civil se rebela contra quien hasta ahora había sido padre y madre a la antigua usanza, cuando a los progenitores se les hablaba de usted. Ahora, se derriban los antiguos iconos, pero tan solo para dar lugar a otros nuevos que son tan esclavizantes como los primeros, pero más peligrosos, al no tener más límite que aquello que establece una opinión pública cambiante y manipulada por los grandes «lobbies» de la comunicación en concubinato con las llamadas redes sociales. Son los nuevos dioses, que no sólo defecan - incontinentemente- sobre el derecho natural o todo lo que huela a él, sino que crean una nueva moral en donde la avaricia insaciable del negocio mediático tan sólo es superada por la estupidez de los nuevos ídolos y de quien los aúpa. Ha nacido una nueva Inquisición, pero esta vez sin ninguna garantía jurídica para los acusados. La indefensión del individuo frente a la voluble y manipulable masa. La inestable y peligrosa dictadura de lo políticamente correcto, desembarca jaleada por los uniformados rebaños de las redes sociales.
Hecho este brevísimo flash histórico, imprescindible para saber de dónde venimos y en dónde nos encontramos, procedemos a ir entrando en la materia del tema principal que nos ocupa, aunque con la advertencia, por mi parte, de que mi ácrata mente tiene una tendencia compulsiva a la dispersión, por lo tanto les ruego un poco de paciencia en la lectura de un texto que se les puede antojar tan desperdigado como poco ortodoxo, pero que si lo escuchan como si fuera música y piensan en la obra de Stravinski, igual acaban cogiéndole el ritmo. All That Jazz.
2. Antecedentes
DECÍA SAN PABLO [1ª Corintios 13: 7-8] que «el amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta», decía que «el amor no pasa nunca». ¿Por qué, entonces, fracasan tantos matrimonios bendecidos por la Iglesia?:
- Porqué se murió el amor. No. El amor traspasa más allá del umbral de la muerte.
- Porqué realmente nunca existió el amor y se confundió éste con lo que tan solo era cariño y amistad. Probablemente.
- Porqué proceden, estos matrimonios fallidos, de una época en la que para poder independizarte y tener tu propio hogar tenías que pasar, casi necesariamente, por la vicaría. Posiblemente.
- Porqué para poder vivir con la persona elegida, fuera del matrimonio canónico, las dos únicas opciones eran: o bien meterse en un proceso para declararse apostata de la fe católica – dentro de un Estado que se autoproclamaba como nacionalcatolicista - para poder, así, celebrar un matrimonio civil, o bien tomar la segunda opción que consistía en ponerse a vivir juntos – sin más- y meterse entonces en un procedimiento penal por amancebamiento, cuyo castigo era la cárcel. Seguramente.
- Porqué aquellos que han creado la norma canónica del matrimonio, nunca han estado casados y legislan y juzgan sobre aquello que desconocen, con la soberbia propia del ignorante. Tal vez.
Claro que - en esta última cuestión- habrá quien diga que para legislar y juzgar – por ejemplo- sobre el asesinato, no tienen por qué ser asesinos quienes desarrollen tan necesaria e importante misión, porque de hecho - el ser delincuentes- los inhabilitaría para poder ejercer como legisladores o jueces. Buena réplica ¿verdad? Y es que yo hago como los antiguos papas de la época renacentista, que tomaban todos los días pequeñas dosis de veneno, para inmunizarse contra el mismo. Pues eso, antes de que me repliquen, me replico yo mismo. ¡Faltaría más!
Pero – ahora que caigo- resulta que los sujetos del matrimonio no suelen ser delincuentes, sino personas normales y corrientes que comen, beben, duermen y todo lo demás [desahogo sexual, como respuesta a una necesidad implícita en la propia naturaleza del ser humano, tal y como ha sido creado por Dios] que conlleva la naturaleza humana tal y como Dios nos ha creado.
Porque ese es el estándar normal y natural en las personas, y cuando digo normal y natural estoy implícitamente diciendo que cuando cercenamos – por muy loable que sea el motivo- alguna de las características básicas del ser humano, lo normal se transmuta en anormal y lo natural en anti natura.
Llegados a este punto - les propongo otro ejemplo- ¿se imaginan a miembros de un colectivo pacifista legislando sobre el código de justicia militar y presidiendo consejos de guerra? ¿O a un colectivo de ateos redactando dogmas de fe?
¿Cómo puede legislar y juzgar -imparcialmente- un célibe militante, sobre aquello que personalmente no conoce, ni le gusta, ni desea y en determinados casos – más de los que parece- hasta desprecia por considerarlo como un estado inferior al suyo, en donde la debilidad humana coquetea con el sempiterno pecado? Pues, malamente.
"Y tampoco llaméis padre a ninguno de vosotros sobre la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo". Mateo, 23:9. “El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”. Mateo, 23: 1-12.